sábado, 1 de agosto de 2009

El Amor en Schopenhauer (En mi)



El texto que sigue fue escrito para alentar la lectura de las “Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores” que Arthur Schopenhauer escribió en 1851, propiciándole la fama y el reconocimiento que le habían sido negados hasta entonces. “El Amor, Las Mujeres y la Muerte” es una breve meditación que pertenece a la citada obra, que ha logrado singular fama entre los lectores modernos. Recomiendo su lectura, el lector curioso la puede encontrar rápidamente tipiando su titulo en el Google.

“Aquel que niega sus instintos, entonces niega todo lo que le hace humano”
(Waking life, 2001)
“La Naturaleza eterna venga inexorablemente la transgresión de sus preceptos”
(Mein Kampf, 1925)

A propósito del amor, prologa Schopenhauer:

“Sentado esto, si se observa el papel importante que representa el amor en todos sus grados y en todos sus matices, no sólo en las comedias y novelas, sino también en el mundo real, donde, junto con el amor a la vida, es el más poderoso y el más activo de todos los resortes; si se piensa en que de continuo ocupa las fuerzas de la parte más joven de la humanidad; que es el fin último de casi todo esfuerzo humano; que tiene una influencia perturbadora sobre los más importantes negocios; que interrumpe a todas horas las ocupaciones más serias; que a veces hace cometer tonterías a los más grandes ingenios; que no tiene escrúpulos en lanzar sus frivolidades a través de las negociaciones diplomáticas y de los trabajos de los sabios; que tiene maña para deslizar sus dulces esquelas y sus mechoncitos de cabellos hasta en las carteras de los ministros y los manuscritos de los filósofos, lo cual no le impide ser a diario elpromovedor de los asuntos más malos y embrollados; que rompe las relaciones más preciosas, quiebra los vínculos más sólidos y elige por víctimas ya la vida o la salud, ya la riqueza, la alcurnia o la felicidad; que hace del hombre honrado un hombre sin honor, del fiel un traidor, y que parece ser así como un demonio que se esfuerza en trastornarlo todo, en embrollarlo todo, en destruirlo todo, entonces estamos prontos a exclamar: ¿Por qué tanto ruido? ¿Por qué esos esfuerzos, esos arrebatos, esas ansiedades y esa miseria?”
(“Parerga y Paralipómena, IV” )

Una versión digital de “El Amor, Las Mujeres, y La Muerte”, llegó a mí en el caluroso verano del 2009; por aquellos días había dejado de probar de sus labios el delicado goce de la eternidad. Menos azaroso fue el encuentro de “El mundo como voluntad y representación”, reposando en uno de los muchos anaqueles que decoran la casa de mi amiga Agustina; volumen que también contiene el breve tratado sobre la vida feliz (la más soportable, en palabras del autor). Schopenhauer, sombrío filósofo, de quien se dice que a drede hacia coincidir sus clases con la del gran Hegel, es un autor fascinante. Su voz a través del texto es de irrefutable claridad.
La tesis que sostiene sobre el amor, acaso las más sincera que se ha propuesto, permite quitar los disfraces con los cuales esta pasión se presenta al ser humano. Pero advierto al desprevenido lector: Es capaz de entenderla solo aquel que la ha sufrido, solo aquel que ha entregado los valores íntimos de su individualidad para satisfacer los postulados últimos de la especie, el grito sublime de la eterna naturaleza. Su relectura es obligada, y en lo personal echa luz sobre innumerables actos que con gloria me dispuse a realizar en nombre de aquella pasión ¿Acaso el oprobio, la vergüenza, la visión clara sobre una locura innecesaria, no pudieron detener la ejecución de los mismos? Ahora que el amor cumplió sus etapas hasta mutar en desprecio, las respuestas de Schopenhauer me llenan de alegría, y me hacen orgulloso de cargar en el espíritu el valor de haberlos realizado, de haber elaborado con ellos una ética meticulosamente pensada, como pocos de los enamorados bajo condiciones adversas suelen hacer.
Mas aún, desconociendo yo mismo sostener en nombre del amor la bandera de valores que trascienden mi persona, -valores impresos en la naturaleza para conservarse- he probado con mis actos ser verdaderamente apto en defender los propósitos más altos de la vida… no lo sabia mi espíritu, lo sabían mi sangre y mi piel.


Pablo Leandro Velázquez, 2009
Imagen: Tapa de la edicion propuesta por "Biblioteca Ediaf"

sábado, 4 de julio de 2009

Meditación para la doctrina de los ciclos




"No es ni sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle que formule por sí mismo la última palabra de nuestra sabiduría
(Decálogo del estilo, X)".

Esa doctrina (que su más reciente inventor llama del Eterno Retorno) se formula así:
"El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursaras todas las horas hasta la de tu muerte increíble". Tal es el orden habitual de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme desenlace amenazador. Es común atribuirlo a Nietzsche, y al texto sagrado que habria de inmortalizarlo: “Así hablo Zarathustra”.

Borges imputa en Nietzsche el plagio, alega contundentemente doctrinas estoicas y pitagóricas que Nietzsche, en su carácter de filólogo clásico, no pudo desconocer. Por ejemplo: Escribe Hume, al promediar el siglo XVIII: «No imaginemos la materia infinita, como lo hizo Epicuro; imaginémosla finita. Un número finito de partículas no es susceptible de infinitas transposiciones; en una duración eterna, todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces. Este mundo, con todos sus detalles, hasta los más minúsculos, ha sido elaborado y aniquilado, y será elaborado y aniquilado: infinitamente». (Dialogues concerning natural religion, VIII). Escribe San Agustín: «Es opinión de algunos filósofos que las cosas temporales giran del modo en que Platón, insigne filósofo, enseñó a sus discípulos en Atenas en la escuela que se dijo Academia, que después de siglos innumerables, el mismo Platón, la misma ciudad, la misma escuela y los mismos discípulos volvieron a existir, y que, después de siglos innumerables, volverán a existir» (De la ciudad de Dios, 12, XIII). Aun más, dice Orígenes a principios del siglo III: «Si (como quieren los estoicos) nace otro mundo idéntico a éste, Adán y Eva comerán otra vez del fruto del árbol, y de nuevo las aguas del diluvio prevalecerán sobre la tierra, y de nuevo los hijos de Israel servirán en Egipto, y de nuevo Judas recibirá los treinta dineros, y de nuevo Saúl guardará las ropas de quienes lapidaron a Esteban, y se repetirán todas las cosas que ocurrieron en esta vida» (De las doctrinas fundamentales, 2, III).
Desde la sana crítica académica no dudaríamos en dar razón, con los ejemplos aquí presentados, en que Zarathustra no es más que un recopilador, que no puede ponderar la novedad del retorno sin recibir los ataques con las armas que aquí expusimos brevemente.

Hoy en la tarde te vi… sin mas que melancolía cerré los ojos, pero esta vez medite: si como enseño Platón y reivindicó Nietzsche, los postulados de la doctrina de los ciclos dicen la verdad, volverás a verme por primera vez, volverás a besarme y a suspirar, volverás a recibir el susurro de mis canciones al oído; y en alguna otra realidad, para agotar las finitas posibilidades de la infinita temporalidad, una vez me corresponderás, tu boca no pronunciara nuevamente la palabra jamás, esa ves serás mía y los dioses huirán. Sentí la súbita emoción, y comprendí la novedad que Nietzsche canto a través de Zarathustra.

Muchas generaciones han formulado el Eterno Retorno; Nietzsche fue el primero que lo sintió como una trágica certidumbre y que forjó con él una ética de la felicidad valedera

Pablo Leandro Velázquez, 2009
Imagen: Uróboros en la representación del griego antiguo.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La Redención del Ángel (Discurso de poder)



“Pensé: Me satisface la derrota, porque secretamente me sé culpable y sólo puede redimirme el castigo. Pensé: Me satisface la derrota, porque es un fin y yo estoy muy cansado. Pensé: Me satisface la derrota, porque ha ocurrido, porque está innumerablemente unida a todos los hechos que son, que fueron, que serán, porque censurar o deplorar un solo hecho real es blasfemar del universo. Esas razones ensayé, hasta dar con la verdadera.”
(Deutsches Réquiem, 1949).

“… que lo que en este tiempo se padece, no es de comparar con la gloria venidera”
(Romanos 8: 18-19)


El siguiente fragmento se compuso usando de manera imprudente mi estilo oral, ese es quizá su único valor estético si es que posee alguno:

Arduos son los caminos de la redención, hay que ser probo hasta en la dureza del espíritu; no tan solo hay que abandonar el yo, hay que castigarle, hay que saberse infinitamente culpable, infinitamente desdichado... solo el Ángel mismo supo usar la daga para ajusticiarse.
La redención no es perdón, no es venganza… la redención es olvido, la redención es transmutación, es dejar el viejo hombre para vestir al nuevo, al santo, al más apto.
Con lágrimas azules purifico el filo de sus alas, bendita la espada de Damocles y las treinta monedas que recibió Judas. La redención es la muerte de lo que nos avergüenza, la nueva forma de nuestra libertad, es el destino de los hombres fuertes.
Corren tiempos de alegría, el Ángel ha resucitado y se rompió la copa de cristal: "dudan los dioses en el olimpo".
Teman nuevamente, os repito, por fin el Ángel ha resucitado, y con ella la redención; camina erguido, firme, y cuida con nuevas armas las puertas del infierno. ¿Cuál es acaso el deseo de su nuevo poder? ¿Cuántas balas ya no lastimaran su pecho? ¿En que otros lugares se esconderán sus enemigos?

Velázquez Pablo Leandro, 2009 (Texto para "Resurrección del Ángel" de Astor Piazzolla)
Foto: A volar... (Redención del Ángel)

lunes, 27 de abril de 2009

Übermensch (Meditación Violenta)


"Nosotros (...) espíritus libres, muy libres, nosotros la tenemos todavía, tenemos la penosidad toda del espíritu y la entera tensión de su arco.. Y acaso también la flecha, la tarea y, ¿quién sabe?, incluso el blanco..." (Prólogo a Mas allá del bien y del mal, 1886)

Hay dos clases de mártires en este mundo: aquellos que sufren por una falta de vida, y aquellos que sufren de una superabundancia de vida. Siempre he pensado que pertenezco a la segunda categoria. Cuando reflexiono sobre ello, veo que casi toda la conducta y la activiad humana no es necesariamente muy diferente del comportamiento animal. Las más avanzadas tecnologías, la artesania, nos proporcionan, como mucho, un nivel de super-chimpacé. En realidad, actualmente, la brecha entre, digamos, Platón o Nietzsche y el humano promedio, es más grande que la brecha entre un chimpacé y el humano promedio. El reino del espíritu verdadero, el verdadero artista, el santo, el filósofo, rara ves se da. ¿Por qué tan pocos? ¿Por qué la historia y la evolucion del mundo no es una historia de progreso sino de una interminable y futil adicion de ceros? No se han desarrollado valores mejores... por dios, hace 3 mil años los griegos estaban tan avanzados como nosotros ahora. ¿Cuales son esas barreras que evitan que la gente logre siquiera acercarse a su verdadero potencial? La respuesta a esta pregunta puede ser hallada en esta otra pregunta: ¿Cuál es la característica humana más universal? el miedo o la pereza...


Pintura: "Judith y Holofernes", Caravaggio, óleo sobre lienzo, 1599