sábado, 4 de julio de 2009

Meditación para la doctrina de los ciclos




"No es ni sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle que formule por sí mismo la última palabra de nuestra sabiduría
(Decálogo del estilo, X)".

Esa doctrina (que su más reciente inventor llama del Eterno Retorno) se formula así:
"El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursaras todas las horas hasta la de tu muerte increíble". Tal es el orden habitual de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme desenlace amenazador. Es común atribuirlo a Nietzsche, y al texto sagrado que habria de inmortalizarlo: “Así hablo Zarathustra”.

Borges imputa en Nietzsche el plagio, alega contundentemente doctrinas estoicas y pitagóricas que Nietzsche, en su carácter de filólogo clásico, no pudo desconocer. Por ejemplo: Escribe Hume, al promediar el siglo XVIII: «No imaginemos la materia infinita, como lo hizo Epicuro; imaginémosla finita. Un número finito de partículas no es susceptible de infinitas transposiciones; en una duración eterna, todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces. Este mundo, con todos sus detalles, hasta los más minúsculos, ha sido elaborado y aniquilado, y será elaborado y aniquilado: infinitamente». (Dialogues concerning natural religion, VIII). Escribe San Agustín: «Es opinión de algunos filósofos que las cosas temporales giran del modo en que Platón, insigne filósofo, enseñó a sus discípulos en Atenas en la escuela que se dijo Academia, que después de siglos innumerables, el mismo Platón, la misma ciudad, la misma escuela y los mismos discípulos volvieron a existir, y que, después de siglos innumerables, volverán a existir» (De la ciudad de Dios, 12, XIII). Aun más, dice Orígenes a principios del siglo III: «Si (como quieren los estoicos) nace otro mundo idéntico a éste, Adán y Eva comerán otra vez del fruto del árbol, y de nuevo las aguas del diluvio prevalecerán sobre la tierra, y de nuevo los hijos de Israel servirán en Egipto, y de nuevo Judas recibirá los treinta dineros, y de nuevo Saúl guardará las ropas de quienes lapidaron a Esteban, y se repetirán todas las cosas que ocurrieron en esta vida» (De las doctrinas fundamentales, 2, III).
Desde la sana crítica académica no dudaríamos en dar razón, con los ejemplos aquí presentados, en que Zarathustra no es más que un recopilador, que no puede ponderar la novedad del retorno sin recibir los ataques con las armas que aquí expusimos brevemente.

Hoy en la tarde te vi… sin mas que melancolía cerré los ojos, pero esta vez medite: si como enseño Platón y reivindicó Nietzsche, los postulados de la doctrina de los ciclos dicen la verdad, volverás a verme por primera vez, volverás a besarme y a suspirar, volverás a recibir el susurro de mis canciones al oído; y en alguna otra realidad, para agotar las finitas posibilidades de la infinita temporalidad, una vez me corresponderás, tu boca no pronunciara nuevamente la palabra jamás, esa ves serás mía y los dioses huirán. Sentí la súbita emoción, y comprendí la novedad que Nietzsche canto a través de Zarathustra.

Muchas generaciones han formulado el Eterno Retorno; Nietzsche fue el primero que lo sintió como una trágica certidumbre y que forjó con él una ética de la felicidad valedera

Pablo Leandro Velázquez, 2009
Imagen: Uróboros en la representación del griego antiguo.

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