jueves, 18 de diciembre de 2008

Improvisación en do menor para Andrea


Se propone este texto realizar un experimento extraño. “Improvisación en do menor para Andrea” se compuso sola, es decir, contra mi voluntad. Se trata de una pieza musical breve, sin mucho ingenio, con armonía simple, que se entrometió en la partitura mientras intentaba vanamente escribir una milonga. La melodía es predecible, suave, se desliza, es melosa pero ligeramente soportable. No me avergüenzo de ella, por que escucharla me recuerda a otro sujeto, sujeto que probablemente nunca más vuelva a ser yo. En aquellos tiempos los ejercicios de composición en el piano eran mas frecuentes, hoy no es así, he condenado a la hoguera los archivos; encargarme una milonga fue un reencuentro… para encontrar otra cosa. El siguiente, es un intento en prosa de convertir esa música en literatura.
Los griegos sabían que la poesía debe ser esencialmente auditiva; el color en el sonido de cada palabra es lo esencial; no es casualidad la representación de Homero como un poeta ciego. Sabemos que la literatura aspira a la música, y con el temple producido por esa idea intente que la música sea esta ves la que trasmutara en literatura.


"Sin saber como ni cuando,
Algo te eriza la piel,
Y te rescata del naufragio”
(Ismael serrano, 2005)

Los parroquianos en Prusia cuentan que la hora de Königsberg no se rige por el cíclico movimiento de los astros, sino por la regularidad matemática con la que Inmanuel Kant daba su paseo matutino. Perspicaz, meticuloso y delicado, su impecable rectitud sufría con la minima incoherencia, hasta con la más exigua imperfección en la prenda de alguno de sus alumnos (Schubert habla de la costura suelta en un botón, no lo juzgo exagerado). Su personalidad prologaba la grandeza de su filosofía; el filo de su memoria descifraba con igual exactitud las primeras clases de metafísica recibidas en Leibniz, como la leve perturbación que su criado produjo en el orden minucioso de sus libros. En una de sus muchas cartas publicadas, Jachmann lo compara con Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos, o con Mitridatos Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio (Figuras que dos siglos después serian tomadas por Borges). Lo cierto es que Kant disfrutaba la lucidez de su vigilia bajo las formas rigurosamente determinadas por el arbitrio de su razón. Nada era digno de perturbar la fina arquitectura con la que el maestro alemán administraba su tiempo, sus cosas y sus proyectos.
La fría mañana del 22 de octubre de 1781, el camino en las colinas del este no vio transitar sus pasos; treinta minutos de demora sufrió su clase de geografía física; los manuscritos de su “Critica de la razón pura” yacían desordenados sobre el terciopelo del sillón. La noche anterior ella le regalo la flor con la que adornaba su cabello.

Velázquez Pablo Leandro, 2008
Vincent Van Gogh, Flores, óleo sobre tela, París, 1887.

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