viernes, 21 de noviembre de 2008

Prólogo al Libro “Lucha por el derecho”, de Rudolf von Ihering

Este texto fue escrito en el invierno tucumano del año 2008, con motivo de prologar un regalo de cumpleaños:
Regalar un libro consiste en el ejercicio de una actividad egoísta y profundamente intuitiva; ¿Tengo yo aquel sublime derecho?, ¿Lo tuvo alguien alguna vez? Los ánimos de juventud consuelan el peligro de una imprudencia excusable; por lo demás, prefiero confiar en la poderosa sentencia de Virgilio: “Audentes fortuna iuvat” se lee en un pasaje de la Eneida…
Pecado original de todo pensador alemán, es ser, quizá, excesivamente nacionalista; Ihering en este sentido no puede ser la excepción. Sin embargo es preciso reconocer, que sobre las claras luces de su prosa se vislumbran músicas más intimas, más universales; éste, sin duda, es el caso de su “Lucha por el derecho” (Der Kampf ums Rect. 1872).
Contra el dogma fuertemente arraigado de la filosofía jurídica más prestigiosa de su tiempo, Ihering emprendería una disputa intelectual; disputa orientada a demostrar, entre otras cosas, que nada se ha conseguido en el transcurso de los siglos que no haya sido el fruto del más heroico y penoso de los esfuerzos, y que sólo ese esfuerzo puede justificar el goce de una posición jurídica favorable. Es esta lucha, quieran o no sus detractores, un elemento integrante en todo análisis ontológico del derecho: la eterna lucha en “conseguir”, que acaso no es más difícil y heroica de la que se emprende para “conservar”.
En nuestros días, el dogma que nos invita a una ética de la pasividad y el ocio colabora en una visión del individuo que lo establece como el producto confuso de fuerzas heterogéneas sobre las cuales él mismo no puede poseer ninguna especie de control. Es inevitable la sensación de que una filosofía que acepte como incuestionables estas premisas no hace mas que abrir una serie interminable de perniciosas excusas, que inconscientemente nos invita a cultivar dos de los caracteres humanos más dolorosos y despreciables: el miedo y la pereza.
En mis años de estudiante secundario, todavía anestesiado por la firmeza dogmática de la religión, tenia fe en que la vida debía estar allí en alguna parte, y que sólo me era lícito encontrar un lugar cómodo para esperarla. Hoy, en la linde de los años futuros, sé que la vida sólo es de aquellos que empuñan la espada del valor, enfrentan el riesgo y el compromiso de una existencia siempre expuesta a los peligros aleatorios del azar, y encarnan decididos una lucha que sólo puede cesar allí donde haya cesado con ella la vida misma.
El hombre libre no pregunta "¿que es lo que va a suceder?", su voz intrépida siempre pregunta por "lo que vamos a hacer". Esa lucha, que el derecho le ha declarado a la injusticia que le amenaza, nos mira fijamente a la cara, y nos pregunta en cada acto, en cada momento, en cada instante, si somos capaces de embarcarnos en la responsabilidad de ejecutarla. Sólo los forjados así son los lectores predestinados a la implacable perspicacia de esta obra. ¿Los demás? ¿Que importan los demás?; los demás se encuentran por ahí. No todos viven realmente, algunos simplemente existen.

A Lucia, Velázquez Pablo, Junio del 2008

No hay comentarios: